Aunque la minería es el proceso mediante el cual se ponen en circulación nuevos bitcoins, su función principal es validar las transacciones y asegurar la integridad de la red. Los mineros no son solo contables, sino los guardias armados de todo el sistema financiero. Su trabajo evita el problema del "doble gasto", que es el riesgo de que un usuario pueda gastar la misma moneda digital dos veces. Al agrupar las transacciones en un bloque y encadenarlo criptográficamente al bloque anterior, crean un registro público único e inalterable. Una vez que una transacción está en esa cadena, es prácticamente imposible revertirla o gastar esas monedas de nuevo, resolviendo así el problema del doble gasto sin necesidad de un banco. Los bitcoins recién acuñados no son el objetivo principal, sino el incentivo. Funcionan como una recompensa que compensa a los mineros por dedicar su costosa potencia informática y energía a este trabajo fundamental de seguridad para toda la red.
Uno de los aspectos más ingeniosos del protocolo de Bitcoin es su capacidad de autorregulación. Está diseñado para que, en promedio, se descubra un nuevo bloque de transacciones cada 10 minutos, sin importar si hay diez mil o diez millones de mineros compitiendo en la red. Para lograr esta constancia, el sistema ajusta automáticamente la "dificultad" del problema matemático que los mineros deben resolver. Cada 2.016 bloques, lo que ocurre aproximadamente cada dos semanas, el protocolo evalúa el tiempo que se tardó en minar ese lote. Si los bloques se encontraron más rápido de los 10 minutos de media (porque se unieron más mineros a la red), la dificultad del problema aumenta para el siguiente ciclo. Si, por el contrario, los bloques tardaron más en encontrarse (porque algunos mineros se desconectaron), la dificultad disminuye. Este "termostato" automático asegura que la emisión de nuevos bitcoins siga un ritmo predecible y constante.
La próxima vez que tu ordenador se ralentice hasta convertirse en un caracol digital, no culpes solo a la vejez. Podrías tener un polizón digital a bordo, uno que te está costando dinero real. Esta actividad maliciosa se conoce como "cryptojacking", y consiste en que los hackers instalan malware en ordenadores ajenos para secuestrar su potencia de procesamiento y su electricidad, utilizándolos para minar criptomonedas en su propio beneficio. El impacto para la víctima es significativo: facturas de electricidad inexplicablemente altas, un rendimiento del ordenador extremadamente lento y, en casos graves, daños físicos al hardware. El esfuerzo constante al 100 % de la capacidad de la CPU puede causar sobrecalentamiento y provocar un fallo total del componente. Las redes Wi-Fi públicas son un objetivo común para estos ataques que buscan infectar dispositivos desprevenidos.
La minería de Bitcoin, basada en el protocolo "Proof-of-Work", tiene un considerable coste energético. Se ha estimado que el consumo eléctrico de la red Bitcoin supera al de países enteros como Finlandia. Además del consumo, el hardware de minería es altamente especializado y tiene una vida útil corta, generando una cantidad de desechos electrónicos comparable a la que producen los Países Bajos cada año. Sin embargo, el debate es complejo. Algunos académicos sostienen que la minería podría, paradójicamente, incentivar el desarrollo de energías renovables al consumir el excedente de electricidad de fuentes eólicas y solares que de otro modo se desperdiciaría. Aun así, el impacto ambiental ha provocado un intenso debate mundial y ha impulsado a otras criptomonedas a buscar alternativas más sostenibles, como el mecanismo "Proof-of-Stake" (Prueba de Participación).
La idea de que cualquier aficionado puede minar bitcoins desde casa y obtener beneficios es, hoy en día, un mito. En los primeros años de Bitcoin, era posible hacerlo con un ordenador personal, pero esa época ha quedado muy atrás. Las CPUs fueron rápidamente superadas por las tarjetas gráficas (GPUs), que podían realizar el tipo de cálculos repetitivos de la minería de forma mucho más eficiente. A su vez, las GPUs fueron eclipsadas por los ASICs, chips diseñados para una única tarea: minar Bitcoin a velocidades que el hardware de consumo no puede ni soñar. La minería ya no es una tarea de garaje; es el dominio de centros de datos del tamaño de un almacén, zumbando con el calor y el cálculo de miles de máquinas especializadas operadas por grandes empresas o "grupos de minería" (mining pools).